La verdadera realidad la encontraréis bajo estas lineas

jueves, 25 de marzo de 2010

La doncella blanca

Su boca salivaba más de lo normal cuando la miraba. Incluso le salía un poco de espumilla blanca por la comisura de los labios cuando la tenía enfrente o cuando la olía. Estaba enamorado de ella hasta la médula y le contaba sus pequeñas cosas en privado por miedo a que lo tacharan de loco, de demente, de desquiciado si lo veían dirigiéndose a ella. Se acostaba y se levantaba, cuando era capaz de dormir, con la misma idea en su mente, no se la podía quitar de la cabeza. Era una especie de obsesión enfermiza que rayaba en la demencia. Apenas comía y en el último mes había adelgazado más de diez kilos dejándole un aspecto enfermizo con ojeras grandes y negras como dos moratones. Se estaba consumiendo en vida por culpa de su estúpida timidez y de su amarga amiga, la doncella blanca.

martes, 23 de marzo de 2010

El revisor y las pipas

Estaba todo muy claro, el cartel rezaba con letras bien grandes de color negro sobre fondo blanco: Prohibido comer por respeto a los pasajeros. Eran las siete y veinte de la mañana y el revisor hacía su trabajo como de costumbre. El tren transcurría entre valles verdes como la esmeralda y arroyos serpenteantes y dulces como la miel con un traqueteo agradable para el viajero hasta que un sonido interrumpió la sensación de bienestar del todo el vagón. Era un clic, clic, clic seguido de un puffff. Un tipo de unos cuarenta y cinco años estaba comiendo pipas en el tren y escupiendo los cascos al suelo. El revisor abrió los ojos como platos porque no se podía creer lo que estaba viendo. No es que ya estuviera lo suficientemente claro en el cartel, tampoco es que fueran poco más de las siete de la mañana, es que estaba también, para mas inri, escupiendo los cascos al suelo. El trabajador se acercó a él y muy educadamente le pidió que cesara en su tarea. El hombre se levantó y sin mediar palabra le propinó un puñetazo en la nariz que le fracturó el tabique nasal. El revisor que se llamaba Juan cayó al suelo por culpa de la brutalidad del golpe. El animal le comenzó a dar patadas en la cabeza hasta que lo dejó inconsciente en el suelo. Nadie se levanto a ayudarlo. A las ocho y treinta y dos minutos de la tarde, Juan el revisor, fallecía en la Uvi del hospital. Al asesino todavía lo están buscando.

domingo, 21 de marzo de 2010

Los dominios de Baco

Siempre le pasaba lo mismo, siempre. Siempre tropezaba una y mil veces con la misma piedra y no era capaz de evitarlo. Se pasaba la vida sufriendo por situaciones totalmente absurdas que no podía evitar. Era tonto o cuando menos lo parecía a ojos de la gente pero, sin embargo, lo seguían votando. Quizás era porque se pasaba el día embriagado en los dominios de Baco o porque invitaba a rondas a todo el mundo con la tarjeta de crédito municipal o porque prometía falsos puestos de trabajo basándose en megaproyectos urbanísticos ilegales orquestados por especuladores, ladrones y concejales de su propio municipio pero el caso era que el borrachín mandamás del pueblo caía simpático. Era un muerto en vida controlado por gente sin escrúpulos. Él lo sabía pero le seguía pasando lo mismo, lo mismo de siempre.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Muerte tranquila

Apuraron su gincola hasta el final sin variar ni un ápice su rostro castigado por los años. Con una mirada se lo decían todo. Llevaban tantos años juntos que la complicidad había llegado a niveles de paranoia. Habían pasado muchas penurias juntos, muchas complicaciones y también muchas alegrías. Estaban apoyados, como siempre, en la barra del bar y explicaban a los que les prestaban atención el amor que tenían por su país y lo bien que vivían ahora después de haber trabajado en infinidad de actividades y haber dejado más de media vida en la madera. Sí, habían estado también trabajando en la madera en los montes de California, en Suiza, en Francia y en el norte de Italia. Y allí, entre montes aislados era donde se habían aficionado a la bebida. No podían pasar ni un par de horas sin meter algo de alcohol en el cuerpo. Sabían que se estaban matando pero les daba igual. Estaban asqueados de ver la chusma que los rodeaba y sin embargo eran felices, se sentían superiores y tenían la tranquilidad de haber visto mucho mundo. Ginio y Pepe ya no esperaban nada de la vida, solo el placer de morir tranquilos con un gincola entre los labios.

martes, 16 de marzo de 2010

Más allá del Palacio de Hielo

La miró de soslayo y ella sonrió con el cinismo que la caracterizaba. Sabía que lo tenía en el bote que andaba coladito por sus huesos y sin embargo ella se hacía la dura. Pasaba de él como si fuera un perro callejero. Pero también sabía que él no desistiría en sus intentos por conquistarla. Estaba segura de tenerlo seguro. Estaba convencida de ello. Pero ocurrió una cosa que no entraba en sus planes. Un día no supo nada más de él. Se marchó para no volver porque había encontrado el amor más allá del Palacio de Hielo. Se había enamorado de una ninfa con cabellos blancos como la nieve virgen y piel pura como las estrellas. Ella, al saberlo, se moría lentamente de pena pero era una cosa que, con su actitud hacia él, había estado buscando. Una fría mañana la encontraron tirada en un viejo y sucio motel de carretera. Su corazón no lo había soportado.

martes, 9 de marzo de 2010

Cherman Vargas

Era un buen orador pero no estaba allí para eso. Estaba en el pupitre de las conferencias para dar las gracias y animar a los que se encontraban fuera de su tierra, fuera de su país, en el más absoluto de los exilios forzosos. El auditorio lo escuchaba ensimismado como quien tiene delante de sí al mismísimo Jesús de Nazaret. Acabó su arenga y la multitud rompió en aplausos e incluso alguna lágrima se dejaba ver por el rabillo de algún ojo emocionado. Se acercaron a él para comtemplar su vestimenta y comenzaron a tocarlo y a decirle toda una serie de alabanzas y bendiciones.

(Todo esto que viene debajo, léase con acento argentino)

- Qué Dios lo bendiga.

- Que San José de Arimatea vaya con usted al rincón más recondito del mundo donde se encuentre.

- Que San Gauchito Gil le de fuerzas para poder completar el gran reto de la vida.

- Vaya usted con Gilda.

- Que Rodrigo le proteja y guíe.



Cada persona le decía una cosa y él no sabía como obrar. De repente se fijó en unas gafas que lo miraban fíjamente. Detrás de ellas se encontraba un hombre de unos sesenta años más o menos con los ojos inyectados en sangre y lágrimas. Se acercó a él y le comenzó a tocar la montera y la chaqueta mientras le decía:

(Léase de nuevo con acento argentino)

- Es para la suerte, ¿sabe?, que Dios y la Santísima Trinidad le bendigan y el Cristo de los Dolores y la Santa Muerte. Vaya con Dios Cherman Vargas.