La verdadera realidad la encontraréis bajo estas lineas

jueves, 30 de septiembre de 2010

El secreto

Se quedó mirando hacia él con cara de pocos amigos. La sangre le comenzó a hervir por dentro y las tripas se le retorcían como anguilas encerradas en un pequeño frasco de mahonesa. La ira y el odio se comenzaron a apoderar de su persona y llegó un punto en que ya no era responsable de sus actos. Le pasaba casi siempre que se disfrazaba con su camisa roja, su visera haciendo juego y su silbato de los chinos con pegatina incluída. Ese disfraz le sentaba mal, hacía que se acrecentara su obsesión ya de por sí muy intensa, por las lunas de los escaparates. No pudo más y como siempre que salía con la pandilla, todos ellos disfrazados de progres sindicalistas, le dio una pedrada al cristal que tenía a su lado. Instantaneamente se sintió mejor, aliviado y felicitado por sus compañeros como el que realiza una gran obra. Era su obsesión y a la vez su secreto.

viernes, 17 de septiembre de 2010

El ecoterrorista

Desde su ventana veía las luces de la autopista. Sentía el ruido de los coches y hasta casi podía respirar sus humos. Para un ecologista como él esto era demasiado pero imperaba la ley del máximo ahorro. No tenía dinero y no podía seguir sus ideales. Tenía que comer basura prefabricada y precocinada. No podía tener el estilo de vida que había elegido y todo por culpa de los mercados. Todo es culpa de ellos nos dicen pero por más que se preguntaba quienes son los mercados no encontraba respuesta. Pasaron tres duros meses en los que no pudo pagar el alquiler de su minipiso. LLegó la undécima carta y sin abrirla bajo a la calle cruzó la acera y se puso a destrozar a pedradas la cristalera de una famosa cadena de comida basura. El primer ecoterrorista había nacido y llegaba para quedarse.

lunes, 13 de septiembre de 2010

La síndone

Miraba fíjamente a través del cristal aquel trozo de tela de color lino con manchas de sangre seca. Tenía los ojos vidriosos y la mirada perdida en algún lugar difícilmente imaginable. De repente se dio cuenta de un pequeño detalle. El circuito de cámaras de seguridad había dejado de funcionar debido a un fallo en el sistema provocado por la tormenta eléctrica que estaba cayendo en el exterior del edificio. No lo dudó ni un instante. Se abalanzó sobre el cristal, lo empujó con sus dos manos y consiguió tirarlo al suelo. Allí estaba ante él. Lo que tanto tiempo llevaba anhelando. Cogió el trozo de tela se lo metió raudo en el bolsillo del abrigo y desapareció en la oscuridad. Por fin lo tenía después de tantos años de espera y deseos. Tenía la síndone que había cubierto en su última regla, antes de morir, el coño de la Bernarda.