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sábado, 30 de octubre de 2010

El clarinetista de Oriente Medio

Pasaban apenas diez minutos de las doce de la noche, de aquella noche tan especial, la última del año y disfrutaba como nunca con los albores de su último concierto en aquel recóndito rincón de España. La música se agolpaba como nunca en su cabeza de una manera armoniosa y acompasada. Se veía que estaba gozando, por el estado de éxtasis, casi de semiinconsciencia que reflejaba su cara, con las notas que salían de su clarinete. Su banda lo acompañaba mientras se recreaba en los pasajes de la melodía que más le gustaban. La audiencia estaba anonadada mirando hacia el escenario, hasta, si te fijabas bien, se podía apreciar en la comisura de sus labios un leve río de baba. No se lo podían creer. Era él y estaba allí, en su tierra. Tenía las gafas empañadas por la condensación provocada por el sudor que manaba de su frente y caía hacia el suelo transformado en gotas perladas que resbalaban por su gran nariz. Estaba siendo una gran noche, un gran concierto, sin duda alguna, el mejor de su vida y sobretodo gozaba, disfrutaba con su inspiración y se recreaba con los mágicos sonidos de su clarinete y las bombas que su país estaba, en ese preciso instante, arrojando indiscriminadamente sobre algún punto de Oriente Medio.

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