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viernes, 22 de octubre de 2010

El tranvía

Era de noche. Esperaban el tranvía en la estación del norte de la ciudad. Hacía un frío de perros y una humedad que calaba hasta los huesos. El cielo estaba completamente despejado y las estrellas brillaban con más intensidad de lo normal debido a la falta de luz de esa parte de la ciudad. Charlaban mientras fumaban un cigarrillo para, al menos, calentarse los pulmones por dentro y admiraban el grandioso espectáculo que tenían ante sí y que pocos días al año podían observar debido a los densos y grises nubarrones que casi siempre cubrían el cielo. Vieron llegar de lejos el tranvía, apagaron los cigarrillos y se dispusieron a subir. Cuando el primer vagón llegó a su altura se dieron cuenta de que ya era demasiado tarde para echarse atrás o quedarse en la estación. Eran más de veinte y sus túnicas blancas los delataban. Tenían sed de sangre occidental. Venían a la caza del europeo.

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