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miércoles, 24 de noviembre de 2010

El sueño de la meretriz despechada

Tan solo pretendía tener una vida normal, sin sobresaltos, y sobretodo, sin gente que, aburrida de su propia existencia, no hacía otra cosa que inmiscuirse continuamente en la de los demás. Pero veía que eso no iba a ser posible. Ya le había intentado destrozar la vida por completo una vez y ahora volvía a la carga sin motivo ninguno. Solo por despecho, por maldad, por aburrimiento. Él estaba tranquilo porque era un hombre que cumplía su palabra y, además, tenía todas las pruebas contra la manceba que por segunda vez estaba intentando abatirlo pero lo que no podía consentir bajo ninguna circunstancia era que su familia sufriera. Lo estaba poniendo contra las cuerdas de nuevo pero esta vez no se iba a caer porque se había jurado a sí mismo, por lo que más quería en esta vida, que primero se llevaría por delante a quien hiciera falta aunque se escondiera en el fin del mundo, aunque no cogiera el teléfono, aunque se fuera a vivir a Pyongyang, aunque se rodeara de un ejército de falsas acusaciones, denuncias y papeles. Prefería pasar una vida relativamente plácida en la cárcel que soportar un calvario en una falsa libertad amenazado por una meretriz de tres al cuarto.
Rinngggg, ringggg. Oyó el despertador. Las seis y media. Afortunadamente había sido un sueño, una pesadilla tremendamente real, pero un sueño al fin y al cabo por suerte, sobretodo, para la alcahueta.

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