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miércoles, 1 de diciembre de 2010

Urgencias

Era un incomprendido. Todos lo llamaban loco, en realidad, no lo entendían o no lo querían entender pero la realidad era que de nuevo se encontraba allí postrado, en aquella fría e incómoda estancia de color blanco inmaculado en la sala de urgencias del mismo hospital al que acudía cada vez que sentía de cerca el cálido aliento de la muerte. Otra vez, otra más, allí solo, en contínua lucha entre su calculadora cabeza y su cuerpo desbocado tal como si fuera una manada de potros salvajes, una estampida de bisontes o una piara de puercos hambrientos en una dehesa de los alrededores de Emérita Augusta. El pinchazo de rigor con el consiguiente escalofrío, las pegatinas azules en el pecho para facilitar el electrocardiograma y el diazepán en vena para regular todos los indicadores. Una hora más tarde llegaba el informe médico con todo en regla, con una insultante e inquietante corrección, las enzimas eran normales, el electro normal, no había rastro de infarto. Las pulsaciones habían vuelto a su habitual anormalidad y de la opresión en el pecho apenas quedaban pequeños restos. Salió por la puerta leyendo el cartel de "Urgencias" sabiendo que pronto volvería a vislumbrarlo.

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