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miércoles, 20 de julio de 2011

La señora y el ascensor

Tenía su mano derecha apoyada en la barandilla de metal de las escaleras que daban acceso a su vivienda. Sus uñas eran largas y estaban pintadas de un carmesí brillante que hacía juego con sus labios. Estaba enfundada en un minivestido negro con medias y zapatos de tacón de aguja del mismo color. Se sentía la reina de las diosas. Sonó el teléfono. Se acercó y lo cogió de mala gana. Preguntaban por su marido. Era urgente.
- No puedo atenderlo, estaba a punto de coger el ascensor, exclamó y acto seguido colgó el aparato. Salió muy segura de la estancia creyéndose la tía más buena del mundo. A veces hasta se le olvidaba a ella misma que tenía cincuenta y cinco años y no se daba cuenta que la mayoría de hombres la miraban por la propia genética masculina y por su exhuberancia a la hora de vestir. Cerró la puerta de casa y se dirigió al ascensor. Lo llamó y se dispuso a buscar un cigarrillo en su bolso Louis Vuitton. Se encendió la luz y se abrió la puerta. Sintió el frío metal atravesar su abdomen mientras una voz le decía:
- Señora, cojamos el ascensor.