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lunes, 18 de octubre de 2010

El muro

Miraba fijamente el muro de color arena que rodeaba el edificio donde se encontraba su hermana. Sabía que era difícil saltarlo. Sobretodo porque en su parte más alta había una pequeña alambrada de pinchos que seguro le desgarrarían la carne en pequeños pedacitos si una de sus extremidades rozaban la misma. La idea era fija, tenaz, perpetua. Tenía que liberar a su hermana, tenía que sacarla de aquella mazmorra disfrazada de minarete. Caminó hacia el muro. Primero despacio, luego más aprisa. Se detuvo y llamó en voz alta a la sangre de su sangre. El silencio fue la única respuesta. Volvió a llamar. Nada se oía. Tres años, seis meses y veintitrés días habían pasado desde sus vacaciones a Bruselas donde la había visto por última vez. Recordaba esto y se le revolvían las entrañas. ¿Como pudo ser? pensaba ¡En el corazón de Europa y ante la mirada impasible de la gente! ¡En la estación de Gare du Midi ante cientos de personas! Por más vueltas que le daba a la cabeza no lo lograba entender

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