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jueves, 22 de abril de 2010

El argentino

Lo sentía cada vez más cerca. Su llegada era inminente y eso le hacía sentirse intranquilo. Podía percibir el calor de su hediondo aliento en la nuca y en vez de ponerse a correr estaba inmóvil y petrificado como una estatua de acero oxidado. No se podía creer que le pasara esto otra vez. Quería pensar que era un mal sueño pero ya se había dado cuenta de que no podía despertar. Allí estaba él, en medio de la calle esperando el fatal desenlace. Solo e indefenso ante el peligro. No podía ser que le pasara tantas veces. Ya era tarde para huir porque ya estaba allí. Manuel había llegado y ya lo estaba saludando. Deseaba que se lo tragara la tierra porque no hay cosa peor que pasar el día entero con un argentino. Al final del día le sangraban las orejas y tenía jaqueca. Lo peor era que después de doce horas no había podido pronunciar ni una triste palabra y se sabía la vida entera de Diego Armando Maradona de memoria.

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