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miércoles, 28 de abril de 2010

El chunda chunda

Era una tarde apacible de verano. El sol brillaba en lo alto y no había ni un rastro de nubes en el horizonte. La mar estaba preciosa con tonos verdes y azulados como esmeraldas relucientes que se mezclaban con la fina e inmaculada arena. Las palmeras erguían sus troncos hacia el cielo también azul zafiro. Se respiraba tranquilidad y armonía en aquella playa virgen y remota del mar Caribe. Pero llegaron ellos. Arribaron como una piara maloliente en plena misa de resurección, como una manada desbocada en medio de la delicada Marcha Radetsky del concierto vienés de año nuevo. Venían con su tocata a todo volumen con música de "rumbita" callejera, su nevera portátil llena de Presidente y sus continuos gritos que se podían escuchar 20 millas mar adentro. Allí estaban los de siempre con su chunda chunda.

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