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lunes, 4 de enero de 2010

Las campanadas

Estaba sentado en la taza del váter cuando las oyó discutir. No podía ni cagar a gusto sin oír mentar el nombre de esa mal nacida. Estaba hasta en la sopa en el Estado en el que le había tocado vivir de pillaje, gitanada y pandereta. La Princesa de San Blas la llamaban y sin embargo no era nada más que una cocainómana comepollas. Una ramera que vivía del cuento del cuento. Una ignorante sin escrúpulos. Una manipuladora sin educación.
Tomó aire, el pequeño momento de paz que proporciona una buena giñada había sido interrumpido bruscamente al acordarse de esa marrana. En ese mismo momento se dio cuenta que no podría ni ver la televisión a la hora de las campanadas de fin de año sin tenerla presente.

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