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martes, 14 de diciembre de 2010

El muelle de Gouvan

Era una noche muy oscura. Llovía y hacía frío, un frío húmedo y cortante que se calaba lentamente por la ropa llegando a tocarte el mismo tuétano de los huesos con sus yemas heladas. El muelle era ya de por si un sitio lúgubre y sombrío pero aquella noche parecía aún más terrible debido a las fantasmagóricas formas que dibujaba la niebla entre los derruídos edificios. Avanzaba rápidamente desde la negra mar hasta las grúas de carga, colándose por todos los rincones, cubriendo todas las superficies con su manto blanco atomizado en millones de diminutas partículas de agua. Y allí estaba Gouvan esperando la señal. Conocía aquellos embarcaderos como la palma de su mano, no en vano, se había criado en ellos pero ahora las cosas habían cambiado mucho. Todo se había vuelto más complicado y peligroso y aunque él fuera perro viejo aquello, sin lugar a dudas, no era lo mismo, ahora había mucha gente en el oficio. Divisó una luz a lo lejos, una especie de linterna realizando círculos. Ya están aquí, pensó. Se equivocaba. Se dispuso a preparar, como siempre, el maletero del coche para meter la mercancía, arrancó el motor y dio las luces. Encendió un pitillo tranquilamente y ahí se comenzó a dar cuenta de que algo marchaba mal. La luz seguía en el mismo sitio y nadie se acercaba al lugar concertado. Tengo que dejar este trabajo, juro por mi vida que hoy mismo es mi última entrega, tengo que dejarlo o esto me va a llevar a la tumba, mascullaba Gouvan. En ese mismo instante de ensimismamiento llegaron hasta él. La escena era dantesca, verdaderamente dantesca. Tenía ante sí a un hombre de unos cincuenta y seis años gordo y trajeado acompañado de una jovencita de no más de veinte con una mini falda de lentejuelas color plata y un top negro con un escote que dejaba ver el alma.
- ¿Me has hecho venir hasta aquí para esto?, dijo Gouvan encolerizado.
- Quería probar sabia nueva, se limitaron a responder
No pudo más, era demasiado. Le habían hecho ir hasta su Bretaña natal para hacer el ridículo con una simple transación de un millón de euros y encima tenía que aguantar a aquel asqueroso corrupto con aquella muñeca del Este presa de alguna mafia ubicada en la costa del sol. Sacó su pistola y le descerrajó 5 tiros en la cabeza al concejal de urbanismo de turno. A la puta que lo acompañaba le prestó su abrigo y le dio cincuenta euros para el taxi. Su vida como conseguidor había llegado a su fin. Su relación con los políticos había quedado finiquitada.

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